Es una de las cervecerías artesanales más grandes de la ciudad, con cerca de veinte mil litros de producción mensual. Pero más allá de este dato, se trata de una cervecería fuera de serie por su local principal y su producto.

Ubicada a media cuadra de la Revu, ostenta una fachada de iglesia colonial, de alguno de los giros previos que tuvo este lugar en plena zona turística. Para conocerla, es preciso entrar por una puerta que conduce a una escalera y al llegar arriba, se abre un área fabril con techo alto.

Al fondo, la terraza da a la calle 3a de donde viene el rumor. Es un espacio urbano fascinante. Y ahí están los tanques de cocimiento y fermentación, los estantes con costales de malta, el cuarto de refrigeración, mangueras y tuberías, la barra con los grifos cerveceros y una serie de mesas aquí y allá. Uno de los salones presume las decenas de placas que testimonian los premios ganados por las cervezas de la casa en festivales nacionales y extranjeros desde su apertura en 2012. Otro de los salones se utiliza con frecuencia para presentaciones de libros, recitales de poesía y otros eventos culturales (quien desee llevar a cabo el suyo, puede hacerlo en forma gratuita).

Y en ese paraje que al mismo tiempo resulta clásico de la vieja y la nueva Tijuana sirven bebidas espléndidas de todo tipo, aunque con especial hincapié en recetas exóticas: ahí está Plaia do Futuro, una fresca Sour de estilo brasileño con interesantes toques de coco, piña, mango y guayaba; Pink Skin, una Berliner Weisse típica de la casa a la que le agregan moras y jamaica, o Azálea, una Blond Ale que sigue la receta tradicional belga, pero al estilo japonés añade arroz en el macerado.